martes, diciembre 16, 2008

El Latino

Sí, siempre las épocas navideñas se han caracterizado por ser motivo de melancolía, olores que traen recuerdos, mirar atrás un poquito, ver ahora con quién estás y con quién ya no, y demás cositas que se suman al recuento de todo lo sucedido en el año, por estar a su vez tan cerca del año nuevo.

El viernes pasado se prestó para eso, pero, a diferencia de lo que he hecho estos últimos 5 meses, no fue para recordar los primeros 6 del año, es más, ni siquiera recuerdos dentro de este milenio, recuerdos de la primaria y secundaria.

Al huevas de Jorge se le ocurrió hacer algo "tranquilo" el viernes y básicamente nos dedicamos a beber aquí en la casa y salir un rato para beber en otro lugar (el Green Yard, espero algún día hacer una reseña). Claro, pura finura de cerveza (Minervas y la de barril del Green Yard, buenísima) y nos pusimos a platicar de aquellos tiempos tan lejanos.

Nos acordábamos de lo ridículos que eran todos nuestros compañeros, cayendo en la conclusión de que seguramente ellos también deben pensar lo mismo de nosotros, un par de mocosos sin nada mejor que hacer que joder.

La pesadilla de todos los niños no era el Grinch, mucho menos El Coco, era cualquier maestra de nuestra odiada escuela, "El Latino". De niño, siempre quise tener alguna maestra con la cuál tener fantasías prematuras, pero nunca se presentó la oportunidad. La mayoría pasaban de los 50 años (sí, Madonna tiene 50 años y está buenísima, pero mi maestra nunca fue Madonna) y, generalmente, las materias más importantes las impartían las secretarias cuando bien nos iba. Es más, la famosa "Jobita", de aspecto y tamaño muy similar a Gimli del Señor de los anillos de rodillas, pero sin tanta barba y con una regla en lugar de un hacha, era la que nos daba "Educación Física" en primer año de primaria. "La Chayo" se hizo famosa al abrirle la cabeza a un alumno con un borrador y qué decir de la catolica-radical de "la maestra Tere"...

Perfil de la aspirante a maestra del Latino en los 90s.

Perfo bueno, tener que soportar a chiquillos tan cagantes como nosotros no era una tarea fácil, por lo que posiblemente se podría justificar todo lo que las maestra hacían para mantenernos quietos.

En secundaria, la pintura de las paredes pasó por un proceso de verificación de la calidad, pues básicamente si desprendías un pedacito, podías terminar con el resto de la pared, y así fue. Los ventiladores en los salones fueron fieles testigos de la fragilidad de los lonches y útiles de los compañeros al verse reducidos a fragmentos voladores por todo el salón. También se comprobó la resitencia del mismo ventilador cuando al caerse en el brazo de Miguel, después de que Felix y un servidor luchábamos entre tenerlo encendido o apagado... al final un corto decidió por los dos.

Era la época en la que empezaban a salir "pelícanos en la colina", por lo tanto a todos los niños se nos alborotaba la hormona. Puedo agradecer a Dios que crecí normal, ya que justo cuando eso sucedía, mi escuela le abrió las puertas a las niñas para dejar de ser una escuela exclusiva para hombres. Pero como era el primer año, sólo entró una. Después le siguieron más, hasta llegar a 5 y luego a más de 10, ya en los últimos años. Pobres de ellas... ... o afortunadas?

Ahora voy a la Universidad y me veo a mí mismo rayando la libreta de mis compañeros, escupiendo por la ventana, interrumpiendo a los demás, gritando tonterías y vulgaridades...

mmm... hay cosas que nunca cambian.

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